17.4.08

Buenos Aires bajo humo: un pequeño simulacro apocalíptico



Hace dos días, ayer por la tarde en Buenos Aires, si saliste del trabajo medio temprano, cuando aun no había comenzado el crepúsculo, pero casi, te pasó algo raro, pero agradable.

Primero sentiste un olor, como si en vez de estar en Buenos Aires estabas en un pueblo chico que, asustado del frío —como un árbol lleno de pájaros al amanecer—prendió todo sus chimeneas a la vez. Había holor a humo.

Después la otra cosa: la luz. El cielo (y el cielo, por si no lo sabias, empieza a tus pies —y esta allí delante de tu cara al otro lado de la ventana) estaba teñido de sepia. Sepia te digo. No como sepia. Sepia.

Saliste de la oficina y, alegre, decidiste ir caminando a casa en vez de tomarte el colectivo. Y todo el camino, mirando el cielo y respirando profundo, pensabas: que extraño. ¿Seré yo no más? ¡Pero mire! ¡La ciudad esta transformada! ¿Me lo estaré inventando?

No. Después prendiste la televisión y supiste lo que paso. Unos fuegos al norte de la ciudad, provocado por la quema descontrolada de pastizales, han llenado a Buenos Aires de humo.

Súbitamente, drásticamente, de un momento para otro, la ciudad fue transformada. Y ahora todos se preguntan ¿Nos hará mal? ¿Terminará pronto? Todos discuten sus síntomas. Los chicos miran por las ventanas al paisaje transformado. La gente en sus autos chocaba en la autopistas y se mataba.

Me hizo recordar a El Eternauta.



Demostró, encima, cuan rápido puede cambiar la realidad de una ciudad. Es como una prueba en miniatura de una catástrofe climática a nivel global. Un pequeño Apocalipsis pintoresco. Después vendrá el de verdad. Vayamos practicando.



Imagen: fuente, fuente,


(Gracias Julián)

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